domingo, 6 de septiembre de 2009

Diario de lecturas. Frase.

En Las palabras, Sartre confiesa algo que a todos los que amamos la lectura placentera nos puede ocurrir:

“Él [el abuelo] tenía que elegir; o yo no profetizaba o había que respetar mis gustos sin tratar de comprenderlos. De haber sido padre, Charles Schweitzer lo habría quemado todo; como era abuelo, eligió la indulgencia. Yo no pedía otra cosa y seguí apaciblemente mi doble vida. Que no ha terminado: aún hoy leo con más gusto las novelas policíacas que a Wittgenstein.”
Lo que no significa que no se lea a Wittgenstein con gusto... Pero, ¿qué mayor placer que leer por leer, es decir, por el mero placer de saborear palabras e historias que hacen olvidar el mundo que te rodea?

domingo, 2 de agosto de 2009

Más anécdotas

Viajo con cierta frecuencia a Alcalá de Henares. El autobús tarda unos cuarenta minutos. Cuando ya se avista el monte Gurugú, la autovía se transforma en un nudo de accesos hacia el polígono de la ciudad y otros lugares. Ahí uno puede volver a cerrar los ojos (aún quedan unos quince minutos para finalizar el viaje) o puede observar por la ventana a una chica sentada junto al quitamiedos de una de las salidas. Es una prostituta: no hay lugar al engaño. La veo siempre que voy, en el mismo lugar. Esperando, haciendo nada. A veces habla por el teléfono móvil. Otras se lima las uñas. Generalmente está quieta, mirando, supongo, a través de sus gafas de sol. Pasando frío, quizás, en invierno, con esa minifalda tan corta que suele llevar.
Hace poco un coche paró y ella fue corriendo hacia él. La única vez que la he visto atendiendo a un cliente.
No querría estar en su pellejo ni tener su profesión. Es más, me gustaría algún día no verla allí. Eso sí, que deje una nota diciendo que está bien, que su ausencia no se debe a una paliza o un navajazo. Que no la han violado impunemente detrás de un almacén. Que se ha ido porque trabaja limpiando oficinas o es dependienta en un supermercado.
Siento que existan las prostitutas, y siento aún más que haya gente que esté de acuerdo en que el cuerpo es una mercancía como otra cualquiera. A pesar de las libertades individuales.

martes, 14 de julio de 2009

Anécdotas

Subo al bus que lleva de Sanchinarro a Plaza de Castilla. En una de las paradas intermedias de la Autovía de Burgos se sube una familia de gitanos rumanos formada por tres personas: mamá, el niño pequeño y papá. Pagan su billete y se sientan hablando animadamente. Al llegar a Plaza de Castilla, bajamos todos los viajeros. Ellos tres y yo corremos hacia el semáforo: está a punto de cambiar a rojo. Seguimos avanzando hacia el metro. Allí les pierdo la pista.
Mi camino termina en Cuatro Caminos. Salgo a la glorieta y hago algunas gestiones. Mis pasos me llevan por la esquina de la calle Hernani con Bravo Murillo. Cuál es mi sorpresa al tropezarme con el papá gitano. Ahora está sentado en la acera, mostrando una pierna sucia y alzando la mano para pedir limosna. Unos metros más adelante se han sentado mamá y el niño pequeño en un banco de la calle. Mamá fuma un cigarrillo y entretiene al niño pequeño.
Papá trabaja y mamá cuida al hijo. Podría ser una historia convencional, pero no lo es. Es sobrecogedora, triste y demasiado realista. Es una historia de nuevos pícaros. Al finalizar la jornada volverán a su chabola, y otro día más me los toparé en el bus.

viernes, 5 de junio de 2009

Viajes


Durante las vacaciones de Pascua visitamos Berlín. Es una ciudad entregada a su pasado y que no quiere olvidar, ¿para no repetir los errores? El muro sigue omnipresente: una delgada pared de hormigón coronada de alambradas y hoy lugar para graffittis controlados. Lo peor es conocer no la historia, sino las historias que se esconden en ese muro, que el muro no cuenta en voz alta pero que susurra cuando se pega el oído en él. Cuánto sufrimiento.

Dos guerras, el nazismo, la división: es mejor recordar, tener presente lo que hoy por fin es pasado. El convertirse en atracción turística no lo hace menos real.

Volví con una pregunta rondando: ¿por qué en España se aplica la ley del olvido?

jueves, 19 de marzo de 2009

Diario de lecturas

Una obra de arte es una obra de arte. Un universo en sí mismo. Una mónada que refleja a otras mónadas pero que empieza y acaba en ella misma. Por ello no se puede juzgar una obra de arte desde la moral. O eso es lo que pretende demostrar Nabokov cuando escribe una novela sobre un pederasta. Eso sí, que aceptemos el postulado de Nabokov no implica que uno al leer no sienta una aversión profunda por un hombre obsesionado por una niña. No sabría explicar racionalmente por qué. Tendría que apelar a Hume y al emotivismo moral: sencillamente, me produce asco. Y sí, seguramente no he entendido a Nabokov... Lo siento.
Explica Nabokov: "Para mí, una obra de ficción sólo existe en la medida en que me proporciona lo que llamaré lisa y llanamente placer estético, es decir, la sensación de que es algo, en algún lugar, relacionado con otros estados de ser en que el arte (curiosidad, ternura, bondad, éxtasis) es la norma". En efecto, una obra de arte se define por el placer estético. ¿Proporciona placer estético la aberración de un pederasta? Creo que no he conseguido quitarme de encima mi escala de valores al leer esta novela.
Ojalá alguien me dé un punto de vista que me haga reflexionar sobre este punto... Y consiga ver esta novela como lo que es: una gran obra de arte.

lunes, 2 de marzo de 2009

Amanecer


Otra vez el amanecer en Madrid. Como en la película Smoke, la misma hora, el mismo lugar, el mismo punto de vista. Esta vez sí pude tomarme un café.

martes, 17 de febrero de 2009

Apuntes 4



Por una vez no soy yo la que va rápido y tengo tiempo para pararme y hacer esta fotografía de este señor que se afana por torcer la esquina donde estuvo el famoso café al que acudía Valle Inclán.

Apuntes 3



De Madrid al cielo, dice el adagio popular. Y a veces el dicho se convierte en hecho. El Madrid más monumental, clásico y grecorromano rompe la intensidad del azul celeste de una tarde de domingo.

Apuntes 2



Madrid se ha despertado así esta mañana alrededor de las siete y media. Por hacer esta foto no he podido tomar el café antes de incorporarme al trabajo. Ha valido la pena.

Apuntes

Lo que me irrita algunas veces en algunas personas: la estulticia, la falta de empatía, la rigidez, la aplicación del "método del embudo". Otras veces consigo que no me irriten.
La he visto dos veces: en el metro de Sol y en el metro de Legazpi. Una pareja de ancianos. Él toca el violín virtuosamente. Ella sostiene sin apariencia de cansancio las partituras. Él lleva gafas y terno. Ella tiene un moño blanco y los labios pintados. Él sonríe y ella sonríe. Como una estampa del amor eterno.

viernes, 16 de enero de 2009

Viaje a Túnez 4


Viajamos durante dos días por el país: Kairouan, el Atlas, el Sahara, el Djem... En Túnez hay muchos restos romanos a los que los turistas no suelen acceder. De ese recorrido hasta el Sahara recuerdo la carretera polvorienta, los vendedores de fruta y gasolina en los arcenes, las calles sin asfaltar de las ciudades, los comercios sin carteles, el predominio del árabe en los letreros, y el calor, sobre todo el calor.

Otras cosas no cambiaron: a los turistas los llevan a lugares donde se han rodado películas y a cada momento piden dinero por una foto, una explicación, cualquier cosa. No obstante, poder disfrutar del Sahara al amanecer, alojarnos en un hotel en medio de la nada, bañarnos en una piscina de agua caliente por el calor sofocante del día, comer tallín y cuscús, tomar un delicioso té a la mente y un zumo recién exprimido, ver a los hombres acudiendo a la oración en la mezquita al romper el día... Todo eso compensó el trato de unas personas que ven al turista como a un ricachón del que aprovecharse. Nada sorprendente en un país cerrado en sí mismo, pobre y cercado por un desierto hermoso pero inhóspito.

Nuestra última excursión nos llevó a Túnez capital, Sidi Bou Said y Cartago. La capital no es una ciudad bonita pero se puede respirar en ella un aire más moderno. Comimos estupendamente en un restaurante situado en el primer piso de un edificio cuyos balcones dan a la avenida más principal de Túnez. Por la tarde paseamos por la medina, abigarrada de gente, y nos compramos unas cachimbas. Qué menos que comprar en una medina.

Viaje a Túnez 4


Se ven mobylettes antiguas, de los años setenta, mucho coche viejo y mucha animación. en la medina, situada al pie de la antigua fortaleza, casi no hay gente. Ignoramos a todos los que nos piden entrar en su tienda. Alguno no es agradable. Un niño pretende que me quede con una flor de papel, le digo en árabe: "La, la, la". Es muy pequeño, muy bajito, muy sucio, muy descarado. Me da pena. Otro chico mayor nos interpela pero ponemos cara de pocos amigos y seguimos adelante.

Me fascinan las puertas de las casas, dentro y fuera de la Medina. La playa de Hammamet es muy hermosa, de arena fina. Las barquitas de colores reposan cerca de la orilla. Encontramos una terraza muy agradable donde hay mujeres merendando, parejas y extranjeros. El sol se pone dulcemente en este rincón.

Viaje a Túnez 3


Por la tarde de ese mismo día tomamos un autobús desde la zona turística en la que estamos hasta Hammamet. En el bus casi no hay asientos. Se sube por la parte de atrás, donde está el cobrador. Se baja uno por delante, pasando frente al conductor. Nadie pide la parada, sencillamente el bus para donde está indicado.

En Hammamet ya no hay marquesinas: sólo un cartel en árabe y en francés, "Arrêt bus". La gente espera sin guardar cola y cuando llega el vehículo se agolpa en la escalerilla de subida. Nadie utiliza metrobuses ni bonobuses ni nada que se le parezca. Uno entra y se pelea por un sitio de pie, a ser posible cerca de una ventanilla debido al calor sofocante. Hay pocos turistas en el autobús. Hay niños, hombres de tez morena, mujeres veladas, más de las que me esperaba.

En Hammamet tenemos que andar desde el lugar donde nos deja el bus hasta la medina. El paseo me gusta. Todo es cutre, pero no especialmente sucio. Se ven edificios encalados, casitas bonitas descuidadas. Hay hombres sentados en los bancos de la calle oliendo flores que sostienen entre los dedos. Se ven más hombres, jóvenes y viejos, sentados en los cafés, como en París, con las sillas puestas mirando hacia la acera. Los clientes dedican el tiempo a charlar o a mirar, simplemente, con algún café encima de la mesita.

sábado, 10 de enero de 2009

Viaje a Túnez 2

Durante la mañana del segundo día conocemos gente española en la reunión que organiza la agencia. El guía llega tarde y suda como un cerdo, pero es simpático.
Hay más guías pululando por el hall del hotel. Uno de ellos nos ve cara de despiste cuando buscamos el comedor. Nos conduce hacia allí y a continuación nos enseña fotos del Sahara. Intenta vendernos una excursión. Parece que las acciones gratuitas no son las más habituales con los turistas.
Otro guía nos ofrece una visita a Hammammet, a una tienda de alfombras. No hay que pagar nada. Decimos que sí poco convencidos. Nos da un papel con la hora. Cuando más tarde rehúsamos ir a la excursión se enfada y rompe el papel con furia. Este hombre se pasa la mañana y la tarde en el hotel intentando captar clientes para la tienda de alfombras. El guía de la agencia le había llamado "representante" de la tienda. No envidio su trabajo.

jueves, 8 de enero de 2009

Viaje a Túnez


Llegamos a las 21.30 al aeropuerto de Túnez-Cartago. En el avión nos dan de comer pollo especiado con arroz, pasas y piñones, almendras, una ensalada de patata con arroz envuelto en hoja de parra. De postre, un pastelillo de almendra, muy rico, muy parecido a la formetjada menorquina o al English pie.

Un autobús nos espera a la llegada para ir al hotel, en Hammammet. Vemos a la salida mujeres cubiertas con velos de colores, un hombre vestido como un bereber, completamente de blanco.

De camino al autobús nos intentan vender unas flores de papel por 2 euros cada una. Se las devolvemos al vendedor, que nos pide "propina europea". Se enfada cuando le doy cincuenta céntimos. Otro hombre nos persigue para llevarnos en su coche al hotel. Nos negamos y nos sentimos un poco acosados. El chico que servicialmente pone el equipaje en el maletero del autobús alarga la mano y pide una propina a espaldas del conductor. Yo hice como que no entendía.

El hotel tiene muy buena pinta. Un chico de unos catorce años, sudoroso dentro del uniforme, nos sube las maletas. Da un gran rodeo para llegar a la habitación. No hay ascensores, aunque tampoco muchas plantas que subir. El chico no parece muy alegre. No pide propina. Le damos dos euros. Pienso en que estamos en un país donde existe la explotación infantil, aunque seguramente no haya conciencia de ello.

Más tarde nos damos cuenta de que las monedas no ayudan, puesto que no pueden cambiarse fácilmente como los billetes. Otro turista nos cuenta que a veces piden a los extranjeros que les cambien las monedas por papel.

Mis primeras impresiones me recordaron a la España de hace cuarenta años. Todo el mundo intenta conseguir dinero bajo cuerda del turismo, y creen que todos los extranjeros son ricos.